
¿Vale la pena el compromiso?
La primera vez que lo intenté fue hace doce años, pero fracasé. Ahora llevo doce meses en una odisea consciente por mejorar mi vista por medios naturales. Aún no he llegado a la meta, que es prescindir de los lentes para leer y manejar de noche en caminos mal iluminados. En el ínterin, he ofrecido tres talleres llamados Apapacha a tu vista y estoy a punto de ofrecer el cuarto, titulado Tao de la vista. En este momento, mientras escribo estas líneas, llevo puestos mis lentes de lectura; es de noche y la letra de la computadora es pequeña.
Mis logros individuales, en términos prácticos, son que he reducido el uso de lentes aproximadamente en un 80% del tiempo. He cambiado mi identidad de alguien casi resignado a usarlos, incluso para actividades en las que no son estrictamente necesarios. En cuanto a los resultados de los talleres, me siento aún más satisfecho, pues he recibido una retroalimentación muy valiosa de varios participantes:
Joaquim, de España, me comentó que ha mejorado dramáticamente su percepción respecto a la creencia de que la vista nunca se recupera por medios naturales. Ha encontrado una nueva motivación para nutrir sus ojos y ha logrado más de un 30% de mejoría en su visión.
Mariana, quien tomó el taller desde Escocia, dejó de sufrir de ojos irritados y ya no usa lentes para la presbicia.
Pilar, que está comenzando la tercera edad y ha enfrentado varias pérdidas importantes, compartió en su testimonio: "Después de ver el taller, puedo ver mejor con el alma y con mucha más claridad hacia dónde quiero ir en mi vida […] el taller me ha dado amor."
Un comentario común entre los asistentes es que reconocen haber recibido información generosa y de excelente calidad para comenzar su propia "odisea en busca de la vista perdida". Y aquí me detengo con los comentarios, que afortunadamente ya son suficientes para reafirmarme que esto es realmente maravilloso.
Más allá de lo que se ve

En términos que van más allá de la vista, he recibido los mayores beneficios con creces. Esta aventura me ha llevado al reencuentro con mi conciencia, mi espiritualidad y mi energía. ¿Cómo es eso? —podría preguntarse alguien—. Pues bien, desde que comencé a entender que la vista es percepción, que más del 80% de las funciones de ver se realizan en el sistema nervioso, y que desde el nervio óptico, en la parte trasera de los ojos, se convierten las ondas lumínicas en impulsos eléctricos, he descubierto que en cada etapa del proceso hay un intercambio constante: la vista aporta información a la memoria, pero también la memoria influye en lo que vemos; se comparte información con el sentido del oído o la propiocepción; y luego proyectamos en lo visto nuestra imaginación, emociones y creencias. El resultado no es lo que es, sino lo que percibimos, y reaccionamos a lo percibido, no a lo "real". Así, entramos en el reino de lo subjetivo, sin dejar de ser en gran parte objetivos.
¿Qué tal el hecho de que existen métodos para ver "sin los ojos", registrando otro tipo de comunicación que está más en la esfera de frecuencias "visibles" para la piel o el campo energético humano? O que necesitamos nutrientes para regenerar los tejidos del sistema visual, pero si no tenemos la energía necesaria para convertir esa materia prima en nuevas células, no importa cuánto nos nutramos o desintoxiquemos, no funcionará. Esto es algo que el médico oftalmólogo Jerry Tennant explica muy bien.
Y qué decir de las emociones correlacionadas con las causas de las afecciones más comunes de la vista, como la miopía, la hipermetropía, la presbicia, el astigmatismo, los ojos rojos, el glaucoma o las cataratas. Si no se resuelven estas emociones, los logros adquiridos a través de otras acciones estarán en riesgo de perderse.
Lo que mis amigos comentan
Paty, una cliente y amiga, me preguntó: "¿Por qué, si sabes tantas cosas interesantes, estás haciendo un taller de la vista?" La respuesta es simple: por eso mismo. Estoy fascinado con el tema. Ha sido una odisea de reencuentro con una visión más holística de mi ser y de las personas a las que he podido acompañar en este proceso. Porque he descubierto la historia de terror que menciono en el siguiente párrafo, y disfruto ver cómo otros salen de ella.
En una reunión de amigos, José me comentó: "Pues yo le dije a mi mujer que no confío en Tito para el taller de la vista, porque frunce los ojos en el video de su promoción." Al respecto, digo: yo sí confío en mí. Ha sido un viaje monumental.
Una historia de terror

Desde que comenzó la educación prusiana, que obligó a los estudiantes a seguir reglas estrictas de tipo militar, horarios fijos en cuartos cerrados y programas de aprendizaje alejados de lo natural, comenzó la primera pandemia de miopía del mundo moderno. Después, con la invención de la luz eléctrica y la iluminación de las ciudades por las noches, perdimos el ritmo circadiano, imprescindible para mantener una función autorregulable del sistema nervioso y el metabolismo. Luego, con la llegada de las computadoras, comenzamos a cansar los ojos, manteniéndolos fijos en una pantalla de luz sintetizada, forzándolos aún más al aumentar exponencialmente el uso de lentes de aumento para aguantar más horas, ejerciendo un maltrato terrible sobre ellos.
Y ahora, ponemos la cereza en el pastel con los dispositivos móviles, que nos proyectan cargas electromagnéticas nocivas por su naturaleza y por su exceso en nuestra cotidianidad. Además, nos obligan a adoptar posturas distorsionadas y tensiones crónicas en la espalda, hombros, cuello y cabeza.
Es por esta triste historia que sé hacia dónde vamos si no cambiamos el rumbo. Yo estoy dispuesto a cambiar el mío. ¿Qué tal tú?
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